Muy
pocos saben y seguramente no se acuerdan cómo fue que me hice legal en los Estados Unidos de Norteamérica. Fue algo insólito.
Después
de haber permanecido unos ocho años en España, estudiando geología al principio
y tocando folclore nicaragüense y canto testimonial al final, viajé a los
Estados Unidos en 1982 con visa de tránsito y me quedé como ilegal. En Miami
formé el grupo Bronce de canto latinoamericano con cierto éxito en la ciudad.
En 1985
llené papeles migratorios de Canadá y me aceptaron como inmigrante pero abandoné
la idea de residir en ese gran país cuando un grupo boliviano de folclore
andino, Fortaleza, me convenció de viajar con ellos a Boston en donde permanecí
tres años con la banda. Viajamos por varios estados dando conciertos incluyendo
uno grande en el Carnegie Hall de New York el 12 de octubre de 1985. Perdimos
un contrato para tocar en Canadá porque algunos miembros del grupo éramos
ilegales.
En 1987
regresé a Miami con la idea de reformar Bronce, orientado a la música autóctona
andina y a la música contemporánea de acuerdo con la experiencia adquirida y
con el objetivo de dar a conocer la música precolombina que aún sobrevive en
los Andes y composiciones propias con raíces indígenas fusionada con rock y jazz.
En 1995
recibí una carta de deportación voluntaria. Tenía que abandonar el país o sería
deportado a España, de donde vine. Me busqué un abogado, alguien me habló del
Dr. Mario M. Lovo, un joven abogado nicaragüense que no era muy conocido por
entonces pero que tenía carisma, ingenio, tenacidad y lo mejor, no cobraba
mucho. Lovo estudió mi caso, no había posibilidad alguna, me dijo. Pero se le
ocurrió la idea de la música, me dijo que nos centraríamos en que éramos una
“non profit band” y que divulgábamos la música aborigen de los Andes en plan
cultural en Colleges, Universidades y escuelas. En cierto modo era verdad pero
la mayor parte del tiempo cobrábamos porque el arte se paga y teníamos que
sobrevivir. Yo entré en pánico pero Lovo me convenció de lo auténtico de
nuestra labor.
La
víspera del juicio, Lovo convenció al juez para que yo diera una demostración
“artística” en la sala como prueba de que mi grupo divulgaba música autóctona
indígena. A tanto ruego el juez accedió, creándose, de esta forma, un caso
único en los anales de juicios migratorios en los Estados Unidos y,
posiblemente, del mundo.
El día
del juicio fui con dos miembros de Bronce (Aurelio Sarmiento de Colombia y
Adolfo Fito Rodríguez de Bolivia) porque los otros dos músicos eran ilegales.
Lovo me dijo que llevara los instrumentos más autóctonos para impresionar al
juez, un anglosajón de rostro grave y de pocos amigos. Llevamos los Toyos,
instrumento boliviano que aparece en la foto de abajo, de la familia de las
zampoñas y de tonos graves, un bombo legüero y la marimba nicaragüense que
Carlos Mejía Godoy me había obsequiado unos 15 años atrás, en Madrid.
En la
sala estaban mi madre y mi hermana Lidia porque el otro argumento era de que yo
estaba en Miami por razones humanitarias, y en realidad así era, para cooperar
en el cuido de Lidia quien tiene retraso mental y esquizofrenia; también estaba
yo el “deportable”, el abogado Lovo, el juez y un traductor pues escogí el
castellano para hablar con más seguridad.
Los
músicos esperaron su turno fuera de la sala. Las preguntas, muchas veces
capciosas, se me hacían eternas; al final todo parecía perdido, yo no era
perseguido político ni tenía ningún motivo para continuar en el país. Lovo le
preguntó al juez si podíamos interpretar algo. El juez accedió de mala gana e
hicieron pasar a los músicos con los instrumentos, los pobres temblaban.
Tocamos
un extracto de contrapunto con toyos y bombo y un pasaje de El Solar de Monimbó
con la marimba y el bombo, nada de guitarras u otros instrumentos europeos. El
asunto era impresionar al juez con los instrumentos indígenas (aunque la
marimba es de origen africano puede entrar en esa categoría). El juez tenía los
ojos bien abiertos igual que la boca. Varios jueces y abogados entraron a la
sala atraídos por “el ruido” y la cosa casi se convierte en un carnaval. Jamás
había ocurrido algo igual, en la Corte de Migración no se hablaría de otra cosa
por mucho tiempo.
El juez
me dio la residencia. Una vez terminado el juicio me estrechó la mano, me
felicitó y, su rostro se volvió más relajado y amigable.
Meses
después le mandamos al juez una copia del CD que estábamos grabando por esas
fechas con el nombre de Bronce y con temas altiplánicos contemporáneos y
algunos temas propios.
El Dr.
Mario M. Lovo es un abogado reconocido que en la actualidad se dedica a
orientar y educar a las personas indocumentadas.
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