Friday, October 17, 2014

¡Qué palizas aquellas!

Te espero a la salida, me dijo. Dale viaje, no te tengo miedo, le dije yo. A la salida de la clase del segundo grado de la escuela de varones nos reunimos cerca del cine Chichigalpa, pusimos los bultos en la acera y el chavalero nos hizo rueda. Antenor alargó el brazo entre los dos y dijo ¡El que escupa primero! La Rana me escupió pero rápidamente esquivé el salivazo, empezamos a dar vueltas tirando golpes en el aire, sin tocarnos. Alguien me  empujó por la espalda y volaron los puñetazos sin control, la Rana me moreteó un ojo y yo le rompí el labio inferior. Alguien mayor que nosotros nos separó y nos dijo que nos diéramos la mano. La Rana y yo terminamos como amigos lo cual no le gustó a Antenor pues quería vernos pelear. Se burlaba de nosotros, ustedes son unos culistas, nos decía mientras se pasaba las dos manos por el compete embadurnado de brillantina.

Allá vimos a su hijo peleándose con otro, le dijo una señora a mi mamá. Ella me estaba esperando en la sala con la tajona en la mano. Pasá papito ¿Para eso te mando a la escuela? ¿Para buscar pleito? Y ¡juá, juá, juá! Me tiró tres fajazos en las patas que me ardieron más que el moretón.
No recuerdo cuándo me cayó por primera vez, supongo que al principio fueron nalgaditas en el pañal. Mi abuelita Amanda solía darme con una ramita de guayabo cuando me iba a vagar al río, o a apedrear garrobos. Un día Vicente, mi tío mayor que yo tan solo dos años, y yo nos fuimos a vagar por el lado de la fábrica de azúcar, en el ingenio San Antonio, y alguien fue con el chivatazo que Vicente y yo estábamos nadando en las pilas de melaza de caña como si de agua se tratara. Cuando regresamos a casa mi abuelita me estaba esperando con la ramita de guayabo y a Vicente lo esperaba mi abuelito Facundo con el cinturón de cuero por ser el de las ideas.

Cuando alguien era cogido en la vagancia les caía a todos. Mi tía Miriam decía “ahora los cachimbeo a todos, para que aprendan” y nos caía en fila, uno por uno. Mi primo Iván era el que más aguantaba por “paradito” y desobediente, por curtido, no paraba con la minimoto por las calles de Chinandega, hasta pasaba haciendo piruetas en una rueda. Mi tía le daba con lo que encontraba, le tiraba la chinela o le caía a chancletazo en el lomo ¡pipoj, pipoj, pipoj! Y si me levantás la voz te quemo la trompa con un tizón, jodidito de mierda.

Mi papá casi nunca nos pegó. Una vez, creo que en 1967, llegamos a  Juigalpa de vacaciones Moisés, Ulises y yo, me enojé con mi padre porque no me quería dejar montar un hermoso caballo que tenía en la finca, me tocó montar un burro y al regresar a Juigalpa, encolerizado, le destruí el chagüite del patio a machetazos. Ese hombre estaba pálido cuando se sacó el cinturón con rabia y me descargó la cuenta del chagüite en el lomo y en las patas. Esa vez me hizo llorar por ser la primera y única vez. Mi hermano Danilo sí que recibió lluvias de palo de mi padre, de mi madre y de mi tía Miriam porque era el más pate perro y el más curtido y cuando se juntaba con Iván eran insoportables.

Mi padre solía estacionar el Land Rover muy cerca de la ventana de su clínica, cuesta abajo en la acera de la Deyfilia, de manera que si uno encendía el motor él se daba cuenta de inmediato. Un día de 1970 quise ir a dar una vuelta por el pueblo para ver a las muchachas caminando por las aceras. Cogí la llave, le quité el freno de emergencia al jeep y lo mandé para abajo con el motor apagado para que no se enterara, a mitad de la bajada lo encendí y fui a dar mi vueltón. Viniendo de Palo Solo a todo mamón y abriendo la boca, a la altura de la escuela de mecanografía, le di a una camioneta por detrás por no frenar a tiempo. Se me rompieron los laterales. ¡A qué hora cogí este chunche! Lo fui a estacionar despacito, apagué el motor antes de detenerme, puse las llaves en su sitio y me largué de la casa para evitar el castigo. Me fui a dormir a la finca de Apompuá y regresé al día siguiente. No me dijo nada. Eso significaba que yo ya era un adulto.



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