Tuesday, October 21, 2014

Piso 11

Un "September 11" lleno de terror.


El hotel Hilton se divisa desde la 836, a la izquierda según viniendo del ‘downtown’. A la derecha está el aeropuerto internacional de Miami, justo enfrente del hotel. Giré con el auto hacia la izquierda hasta topar con la Blue Lagoon Drive que me conduciría hasta la entrada del hotel. Saqué un ticket de la máquina de la entrada del estacionamiento y me metí en el primer espacio que encontré. Eché llave al auto y me quedé viendo el edificio por un momento. Era un edificio de 14 pisos, amarillo pastel con una fuente entre el área de valet y la entrada principal. A la derecha y dentro del lobby estaba ubicada la famosa discoteca ‘Club Mystique’ en la cual Bronce había tocado unos años atrás; esta vez yo no llegaba en calidad de músico. Pregunté en la recepción por el departamento de seguridad y me dijeron que fuera a la parte trasera del hotel. Me senté en una salita de ‘Human Resources’ a esperar al manager de seguridad el cual me mandó a citar para la entrevista esa mañana.

Hace unos meses que yo había renunciado al grupo por diferencias musicales. Aparte tenía una semana de haberme quedado sin trabajo. Aún no era ciudadano y solo contaba con la residencia, no era fácil encontrar trabajo ya desde entonces pero un amigo me recomendó en el Hilton. Me tocó sacar licencia de seguridad, afortunadamente sin portación de arma; yo, un pacifista y enemigo de la violencia, buscando trabajo de ‘security’. Por entonces yo estaba estudiando ‘Web Site Design’ por la fuerza pues Ena casi que me matriculó a los empujones, aunque luego le cogí el saborcillo a las computadoras con las cuales todavía no estaba familiarizado.
 
No esperé por mucho tiempo. Por una puerta apareció el manager de seguridad y yo me puse de pie. Era una rubia con cola de caballo de unos 30 años, guapa, vestida toda de negro a lo DEA, muy femenina pero con porte autoritario, me hizo tomar asiento en un pequeño despacho y me hizo la entrevista en inglés; yo respondí a como pude con mi inglés masticado. Me preguntó cómo reaccionaría yo ante determinadas situaciones de “stress” y con mi total inexperiencia en asuntos violentos fallé casi todas las respuestas. Pero me dio el trabajo, no sé por qué. Pedí el turno de la noche porque estudiaba de día. Me encajaron uniforme, chapa y radio y Felix Santos, un portorriqueño con acento nicaragüense, me dio entrenamiento básico de seguidad.

Un mes después, el 11 de septiembre de 2001, a las 2 de la madrugada, me enviaron a dejar por debajo de las puertas los “checkouts” o recibos de las habitaciones que serían desocupadas por la mañana. Tomé uno de los ascensores hasta el piso número 14 para empezar, obviamente, de arriba hacia abajo. Empecé a meter las hojas por debajo de las puertas indicadas, piso por piso y bajando en ascensor, no por las escaleras de emergencia. Cuando llego al piso #11 y salgo del ascensor veo a una persona, a mano derecha, caminando hacia el fondo del pasillo. Nada anormal, digo yo, un “guest” que va para su habitación. Yo iba detrás de él “tirando” recibos pero, como me entrenaron a observar detalles, me llamó la atención el individuo de inmediato: era un hombre alto, de raza blanca, calvo de la coronilla, de unos 40 años, delgado, vestido con polo azul oscuro, pantalón negro y zapatos de cuero negro. Caminaba a paso normal, sin prisa, con los brazos colgando relajados. No volvía a ver a los lados, ni de reojo, de manera que nunca pude ver su rostro. Lo más intrigante era que en el silencio nocturno del pasillo no se escuchaban ruidos de sus huesos, ni el crujir del cuero de los zapatos o del roce de estos con la alfombra, ni ruido de monedas o llaves. El sujeto me ignoraba por completo, ni siquiera se inmutaba con mi presencia detrás de él. Yo seguía detrás del tipo a una distancia prudencial, ya nervioso y ya con el radio listo para comunicarme con la base de seguridad. Lo que más me molestaba era la falta de ruido. El silencio total era exasperante. El individuo se acercaba cada vez más al final del pasillo en donde se encontraba una ventana –extrañamente con la cortina abierta- con vista directa al aeropuerto. Mis pasos se volvieron más lentos y temerosos, no quería verme envuelto en ningún percance de violencia. Era evidente que el individuo no tenía intenciones de entrar en ninguna habitación. Llegó, al fin, al final del pasillo y se detuvo delante de la ventana, siempre con los brazos colgados. Yo me puse el radio cerca de mi boca porque tenía miedo de hablarle al tipo, tenía miedo de preguntarle si necesitaba alguna ayuda o si estaba perdido etc. Algo me decía que la situación no era nada normal. De repente el hombre, sin volver la cara hacia mí, empezó a deslizarse suavemente hacia la izquierda – no sé cómo lo hizo-, abrió la puerta de las escaleras de emergencia, entró y cerró. Yo, inmediatamente, cometí la imprudencia de correr hacia la puerta y abrirla sin tener nada con qué defenderme. Busqué escaleras abajo (no hay escaleras hacia los pisos de arriba pues están al medio del pasillo no en los extremos como los que van del piso 11 hacia abajo) y no encontré al sospechoso por ningún lado. Llamé por la radio a la base de seguridad describiendo al sospechoso y pidiendo que observaran todas las cámaras. Cuando regresé a la base relaté lo ocurrido al supervisor y este se sonrió y me dijo que no me preocupara. De todas maneras preparé el informe y dibujé al sospechoso. Más tarde sentimos un fuerte olor a “incendio provocado por cables eléctricos”, le di la vuelta al edificio en un carrito de golf con resultados negativos. Algo me decía que algo no andaba bien. Miraba hacia el aeropuerto, había algo que me inquietaba ¿qué sería?

Amaneció y regresé a casa. Ena había dejado a Gaby en la guardería y se había ido a su trabajo. Yo no tenía sueño y me senté en el sofá a ver un poco de televisión. Puse un canal cualquiera y me quedé viendo las noticias. Observaba un edificio alto cubierto de humo en los pisos de arriba. ¿Qué? Una de las torres gemelas de NY estaba en llamas. Parece un incendio. Mis pupilas ya casi somnolientas no se apartaban de la pantalla cuando de repente y en vivo y a todo color vi con suma claridad cómo un avión se acercaba a la otra torre y ¡pum! Se metía en el edificio como un cuchillo en un pastel. Di un salto y grité ¡A la mierda, estamos en guerra! Inmediatamente llamé por teléfono a Ena a su trabajo y le dije que recogiera a Gaby y regresara a casa. Llamé a mis familiares y amigos, todos especulábamos, nadie sabía lo que pasaba en NY.


En el hotel nos reconcentraron a toda la seguridad. Yo había dormido muy poco. Me llevé aparte a Cindy, la jefa de seguridad a quién llamábamos “la rubia peligrosa” y le mostré el informe que había preparado por la madrugada. Le expliqué que, posiblemente, el sospechoso que me había encontrado era uno de “ellos” y que mi opinión era que ellos, probablemente, querían tomarse un avión en Miami pero que por alguna razón no habían podido hacerlo.  Cindy me quedó viendo fijamente a los ojos por un momento, como queriendo saber si yo era digno de fiar, luego miró el reporte y el dibujo que hice en el envés y me dijo con seriedad y con un tono bajo, de confidencialidad: -Ulises, este no es ningún terrorista. Este es Pedro, un cubano que trabajó aquí de ‘houseman’ hace años y que, debido a asuntos domésticos, cometió suicidio hace unos 8 años. Se lanzó por la ventana que da al aeropuerto desde el onceavo piso. Desde entonces le vemos caminar por ahí. Incluso le tenemos grabado en video tape, el VHS lo tengo en el archivo de seguridad. Te voy a pedir un favor, me dijo, no hables de esto con nadie, lo tenemos prohibido de acuerdo a las reglas del hotel. Ya te irás acostumbrando. Observa y calla. Tienes buena vista, no todos los ven. – ¿Los ven? Pregunté yo ¿son varios? –Sí, me dijo Cindy, -han habido tres suicidios, un asesinato y varios huéspedes encontrados muertos por infarto en sus habitaciones a lo largo de la corta historia del Hotel…


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