Doña
Angustias Baños era una señora gorda y dulce, siempre vestida de negro en las
cuatro estaciones como fiel andaluza granaína que honraba a sus muertos. Su
cabello blanco relucía sobre el mantón negro de manila mientras guiñaba un ojo involuntariamente
por detrás de sus gafas de abuela. Su acento era una mezcla de argentino
porteño y de andaluz de las Alpujarras. Había nacido y se había criado en
Capileira y había emigrado, en los tiempos de Franco, a la Argentina en donde
creció su hija y sus nietos. Con los años regresaron ella y su familia a España y
se establecieron en Granada.
Un día
venía yo caminando de la Universidad a la pensión donde me hospedaba -La
Murciana, en la calle Sierpe Baja, cerca de la Alcaicería y de la Catedral- y la
señora me interceptó, me preguntó con su acento porteño-andaluz “Oiga joven, ¿por casualidá usté no está
buscando habitació? Yo alquilo habitacione pa’ estudiante”. Me mudé de la
pensión al apartamento de doña Angustias en donde conviví con otro estudiante
palestino del cual aprendí acerca de sus luchas, su cultura y su música. Mahmud, le
decía yo, tu música suena a caravana de camellos en el desierto y él se reía a carcajadas. Me
contó que cuando se mudó de Palestina a Granada, se llevó una caja de latas de
sardinas porque le encantaban; cuando aprendió castellano en la Universidad, se
dio cuenta que las latas decían “Hechas en España”.
Un día
alguien viajó de Nicaragua a Granada y mi madre nos mandó a mi hermana y a mí (mi hermana
Silvia estudiaba en Sevilla) una caja conteniendo productos alimenticios típicos
de Nicaragua: queso, pinolillo, chilla, cajetas y chicha que durante el viaje
se había fermentado. Doña Angustias probó de todo. Por supuesto que le
encantaron los diferentes tipos de cajetas; acostumbrada a los quesos manchegos
y demás, el nuestro no le pareció muy apetecible pero se lo comió con pan; la
chicha fermentada le encantó, sobre todo por su color rosado; “Deme un poco ma
de esa bebía con animalillos que está muy refrescante” me decía refiriéndose a
la chilla; al pinolillo le decía “lodo con azúca” y no le hizo mucha gracia
pero a los días me estaba pidiendo lodo con azúcar.